No he encontrado mejor manera de describir dos situaciones tan dispares como la que hace Ryszard K. en su libro Ébano:
“A todo aquel que por primera vez se encuentre en uno de los hipermercados norteamericanos, en uno de esos “malls” gigantescos e interminables, le chocará la riqueza y la diversidad de las mercancías allí expuestas, la presencia de todos los objetos posibles que el hombre ha inventado y fabricado, y luego los ha transportado, almacenado y acumulado, con lo cual ha hecho que el cliente ya no tenga que pensar en nada: lo han pensado todo por él y ahora lo tiene todo listo y a mano.
El mundo del africano medio es diferente: es un mundo pobre, de lo más sencillo y elemental, reducido a unos pocos objetos: una camisa, una palangana, un puñado de grano, un sorbo de agua. Su riqueza y diversidad no se expresan bajo una forma material, concreta, tangible y visible, sino en eso valores y significados simbólicos que dicho mundo confiere a las cosas más sencillas, tan baladíes que son inapreciables para los iniciados. [Sin embargo, una pluma de gallo puede ser considerada como una linterna que ilumina el camino en la oscuridad, y una gota de aceite, como un escudo que protege de las balas.] La cosa cobra un peso metafísico; porque así lo ha decidido el hombre, quien, por el mero hecho de elegirla, la ha enaltecido, trasladado a otra dimensión, a la esfera superior del ser: a la trascendencia.”